The Cursed Crusade

El sugerente mundo de los cruzados, en boga en la literatura y en el cine desde El Reino de los Cielos, de Ridley Scott, se aparece de repente con The Cursed Crusade, título que nos envuelve con su historia y acción pero luego defrauda un tanto en jugabilidad, basado en el rómpelo todo del hack ‘n’ slash. Quizás será la exigencia de la actual competitividad del mercado, que no admite intrusismo a esos precios tan altos, o quizás que para un jugador experimentado hace falta un juego definitivamente más redondo, pero la decepción acompañará al regusto final de ser cruzado en este universo oscuro ambientado en el siglo XII.

The Cursed Crusade – Los templarios en una orgía satánica de sangre

Con tres niveles de dificultad y un cuarto que desbloquearemos al pasarnos alguno anterior, llamado pesadilla para no albergar dudas sobre la dureza de la prueba, The Cursed Crusade cae pronto en errores como las muchas cinemáticas de la historia, lo que resta velocidad a las transiciones y a la interactuación en sí que todo juego merece, y en una escabechina que sobraba por la crudeza de los detalles sádicos superficiales. Y es que nadie parece echar el freno en la escalada de violencia de los videojuegos, siempre a la búsqueda del PEGI 18, cuando este título, por ejemplo, podría ser perfectamente jugable sin sangre para que aprendieran algo de Historia los más jóvenes.

The Cursed Crusade

De Siria a Francia, y con el espectro que quiere llevarse al infierno al protagonista, vamos peleando con enemigos de lo templario por aldeas y castillos antes de regresar a tierra santa a por los hijos de Saladino. Somos Denz de Bayle, el hijo del antiguo rey Jean, y tenemos «un don para encontrar los problemas». Lástima que el enemigo sea el propio juego y su extraño modo de no saber resolver a estas alturas ni las físicas propias del combate cuerpo a cuerpo.