El negocio de las fotocopias de Dragon Ball

Aunque hoy en día parezca que la cultura del anime y del manga esté completamente extendida por España, está muy lejos de llegar al nivel de países como Francia o Alemania. Las comparaciones son odiosas, es cierto, pero lo cierto es que nos queda mucho. Aún hay quien se queja de que en las tiendas especializadas venden figuras falsas, que apenas nos llega material, pero… ¿cómo eran las cosas antes?

Un negocio del pasado

Los que hayan vivido la época dorada del anime en España, recordarán aquel principio de los años noventa, cuando encendías la televisión y se emitía Dragon Ball, Sailor Moon, Saint Seiya, Mazinger Z, Captain Tsubasa… y series menos conocidos que, por desgracia, han caído en el olvido del recuerdo de muchos.

Sin embargo, ¿en materia de merchandaising como se vivía todo esto antes? No, antes no habían esas figuras de tanta calidad que hoy en día se pueden encontrar en las tiendas japonesas. Los muñecos que nos llegaban eran de por si de una calidad “china”, como los muñecos de goma que se vendían en los kioscos o unos muñecos que parecían gashapones, pero que tenían una calidad de trabajo horrible.

Por supuesto, pudimos disfrutar de algunos juguetes que todo el mundo quería tener, como la primera tirada de figuras de Saint Seiya, lo que ahora se considera la línea vintage. Juguetes articulados de Dragon Ball o transformables de Digimon… pero eran pocos los comercios en los que encontrarlos.

De entre todo esto, surgió un pequeño negocio que para nada es una leyenda urbana como muchos creen: “las fotocopias de Dragon Ball”. Seguro que más de uno habrá escuchado a sus mayores hablar sobre esto. Con la fama de la serie en España, los fans estaban desesperados por conseguir algo de la serie, y es así como empezó a surgir este pequeño mercado.

La gente se gastaba un dineral en hacer fotocopias de viñetas o ilustraciones que habían en los comic-books de Planeta Cómic, a veces del Takobon, para después intercambiarlas o venderlas en los pasillos del colegio. Otros eran un poco más originales y modificaban un poco las fotocopias con partes de otras o hacían calcos para hacer una ilustración diferente. Pero quien tuviera una impresora en casa, estaba claro que se dejaba la tinta en las impresiones.

El negocio fue tal, que algunas copisterías contaban con un catálogo de ilustraciones, fotocopiadas previamente por ellos mismos claro, para que los chavales pudieran hacerse las fotocopias que ellos quisieran. Un mercado que incluso acabó apareciendo en los salones de Barcelona. ¿La calidad? Más pésima no podía ser, pero eso a los jóvenes les daba igual, ellos querían su fotocopia de Dragon Ball. Aunque se sabe que hubo casos de otras series, ninguna pegó tan fuerte como la de esta serie.

Esto ha cambiado mucho y ahora es raro ver a alguien intentado vender “una fotocopia”, pero no hay que de descuidarse, porque aún hay stands que venden “posters de calidad” a un precio elevado cuando en realidad están vendiendo una fotocopia de una ilustración de la que ellos no han pagado ni un euro.